Paterson

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Paterson es el regreso como director de Jim Jarmusch, tres años después de su personalísimo retrato sobre el desdén de dos vampiros centenarios en Only Lovers Left Alive, en este caso, con una historia enmarcada en una realidad bastante más mundana.

Paterson (Adam Drive) es un chofer de autobús que ha nacido y vivido toda su vida en Paterson, una pequeña ciudad que existe a pocas horas de New York. Su vida está regida por la rutina más inflexible y estructurada: todos los días despierta a la misma hora sin la necesidad de alarma, guarda su almuerzo en una pequeña valija que conserva para eso, y camina por las mismas calles para llegar a su trabajo, en donde sube al autobús que tendrá que manejar por exactamente la misma ruta de siempre. Antes de salir a manejar y a la hora del almuerzo, Paterson escribe poesía en un cuaderno que lleva siempre consigo, porque él es, también, un poeta. Luego vuelve a casa, en donde lo espera Laura (Golshifteh Farahani), su mujer, junto con su perro Marvin al cual sacará a su paseo nocturno todas las noches sin falta, momento en el cual tomará una cerveza en el bar antes de acostarse. Ésta es la vida de Paterson, en donde todos los días son, aparentemente, iguales.

Aquellos que estén familiarizados con el cine de Jarmusch corren con una cierta ventaja, ya que sus films suelen ser de una naturaleza contemplativa, lo cual puede significar un obstáculo o ahuyentar cierto público menos acostumbrado a este tipo de narrativa. El apartado rítmico de la película, es un reflejo de lo que se intenta: hay una pausa entre escena y escena, incluso entre día y día, como si fuese una conversación en slow motion entre relato y espectador. La historia es plana, lo cual no quiere decir chata, porque hay un pequeño conflicto que atraviesa la cinta pero no quizás en donde podríamos esperarlo.

Paterson funciona como dos cosas: en primer lugar como una intención de contrastar con el cine de respuestas, en donde todo es movimiento: de cámara, de guion, de secuencia y hasta de tensión dramática. Es también una forma de establecerse, levantar la mano y demostrar que otro cine —si bien independiente— puede ser posible en Norteamérica. Y en segundo lugar, funciona como la intención de establecer preguntas generales, desde la historia más particular de todas.  Es que, al ser una historia tan convencional y regular como la de cualquiera, Paterson invita a detenerse en los detalles.

Paterson (el conductor) será el único punto de vista de la película y, a través de él,  veremos el mundo. O al menos el mundo que él experimenta. En este sentido, la tensión que traspasa  todo el film, es la de su propia individualidad. Su propia expresión de ser en el esquema social.

Paterson está, a la vez maravillado y contrariado, de la cantidad de gemelos que aparecen ante sus ojos. Personas, en apariencia, idénticas pero en esencia diferentes. Hay un permanente juego con el tema en toda la película, también cuando descubrimos que el dueño del bar mantiene pegadas en la pared detrás de la barra las apariciones públicas de personas famosas o pseudo famosas de la ciudad. Es decir, personas que, de alguna manera, han logrado destacar  entre la corriente multitud del lugar.

Luego aparece la inevitable pregunta sobre el arte. ¿Tiene derecho a entenderse artista una persona como él?, parece decir Jarmusch. En ningún momento de la cinta Paterson se declara poeta, la palabra solo sale de los labios de su mujer, sin embargo él se mantiene escéptico. Él acepta y disfruta del estado de las cosas, no reniega del mundo ni tiene una posición apática o de disgusto. No tiene ambiciones de trascendencia ni parece querer tenerlas. Paterson simplemente disfruta de ir a su lugar preferido de la ciudad a la hora del almuerzo, para describir lo que resulta de su observación del mundo, en un anotador que nadie jamás ha visto. Es la expresión suprema de su libertad, en un mundo cerrado en la ortodoxa estructura de lo cotidiano.

Y por último hay, también, una particular historia de amor en donde no hay conflicto alguno. Paterson y Laura son dos personas capaces de comprenderse y aceptarse como son, con todo lo que eso implica y con sus personalidades tan disímiles. Aun cuando ella tiene una excéntrica visión de lo estético, totalmente yuxtapuesta a la de Paterson. Lo mismo sucede con Marvin, el perro, que funciona como una extensión de Laura, y que él acepta sin más.

Paterson es casi como una pintura en movimiento, en donde todo lo que pasa, no sucede en la superficie sino más bien en el fuera de campo, que bien pueden ser la raíces de la condición individual del protagonista. Y si estamos dispuestos, también podría ser la nuestra.

Ya no me siento a gusto en este mundo

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I don’t  feel at home in this world anymore, también conocida como Ya no me siento a gusto en este mundo —disponible en Netflix desde hace unos días, luego de ganar el premio del jurado en el prestigioso festival de cine independiente de Sundance—, es la primera película que dirige el actor Macon Blair, quién, por cierto, tiene una pequeña pero muy graciosa participación.

Protagonizada por Melanie Lynskey y por Elijah Wood, la película se presenta como una especie de comedia negra, que salpica por momentos otros géneros (como el policial y el thriller) a lo largo de su hora y media de duración, con bastante soltura y solvencia.

Ruth (Lynskey) es una mujer depresiva y apática que transita la solitaria rutina de su vida con desdén y desgano, encontrando poco para hacer con su tiempo libre más que tomar una cerveza o leer un libro. Parece haberse resignado hace ya tiempo a la injusticia del mundo y sufre una reprimida aversión por las personas que lo integran. Todo cambia cuando su universo cotidiano se ve sacudido una tarde en la que llega a su casa del trabajo y descubre que alguien ha entrado y se ha robado su computadora y las joyas de su abuela. Esto dará un nuevo sentido a la existencia de Ruth, y encontrará en la obsesiva persecución de los responsables, la única y definitiva forma de cambiar el mundo. O al menos su mundo.

Se unirá a ella en esta difícil travesía su vecino Tony (Elijah Wood), un hombre, por lo menos, bastante poco ordinario. Católico practicante y amante de la cultura ninja, cargará el nunchaku, la estrella ninja, y pondrá toda su capacidad marcial y su inquebrantable sistema moral, al servicio de Ruth. Juntos, desenredarán el ovillo de la trama e intentarán resolver el misterio, cruzándose en el camino con una banda de criminales muy particular.

Lo mejor de la película y, sin dudas, lo que más trabajo parece tener por detrás, es la tremenda construcción de personajes lograda. Algunos de ellos, aun estando no más de dos minutos en pantalla, se sienten reales y complejos. Otros son tan torpes y caricaturizados, que incluso eso, los hace verosímiles porque dan la impresión de encajar y complementarse perfectamente con el contexto creado por la historia.

La cinta está bien dirigida, si bien tiene una estética simple y discreta, la composición de los planos es correcta, sin lujos ni grandilocuencias. Por el contrario, va directo al grano y prefiere que nos centremos en el relato más que en su destreza técnica. Lo que sí podríamos notar es que el coloreo de la imagen y la iluminación, si bien adecuada, no disimula el hecho de ser una película independiente, como si quizás lo hacen otras que se preocupan por sugerirnos a través de las tonalidades y los colores lo que está pasando internamente en los personajes. Aun carente de estos detalles, el componente visual es efectivo.

Otro de los elementos en donde la cinta cae, o se vuelve quizás menos sutil y más grotesca, es en el clímax, cuando el conflicto principal se resuelve y todos los cabos sueltos confluyen esbozando una  posible salida. Da la impresión de que en esa escena se abandona levemente la fina cuerda sobre la cual el metraje había caminado, y pierde un poco de vista el eje, que venía siendo su fuerte.

No había tenido la oportunidad de ver en acción a Melanie Lynskey más que en Two and a Half Men, así que fue una buena chance para prestar atención a su interpretación que, considero, está muy bien, acorde al personaje que le toca interpretar que, si bien no requiere grandes despliegues dramáticos, podría haber resultado un poco tosco, lo cual no sucede. Distinto me pasa con Elijah Wood, a quien había visto ya varias veces y siempre me daba la impresión que interpretaba al mismo personaje, sin embargo, aquí, aun a pesar de caer muchas veces en sus gestos más conocidos o en el tono de voz al que nos tiene acostumbrados, a grandes rasgos logra dar vida a un personaje secundario que tiene un perfil relativamente diferente al que usualmente trabaja.

En conclusión, la película es entretenida, está muy bien escrita, discretamente interpretada y filmada, por lo cual merece la misma (o más) distribución que otras tantas películas de industria que tienen características parecidas (aunque la mayoría de las veces ni siquiera están bien escritas), por lo cual el hecho de que Netflix haya comprado sus derechos es una buena noticia para todos. Vale la pena verla.