The Invitation [2015]

Antes de ver la película, lo que más me llamó la atención no fue el plot principal, sino una cita del Film School Rejects, que —ahora entiendo— la resume a la perfección: “Un balance casi perfecto entre suspenso y paranoia”.

La premisa de The Invitation (disponible en Netflix) no es nueva: un grupo de amigos se reúne para cenar, después de muchos años de no verse, y toda la acción se desarrollará en la casa en donde se congregan. El desenlace del conflicto principal y los giros argumentales, tampoco son novedosos, pero lo que destaca en este caso, es el excelso dominio de la técnica narrativa para contar la historia. De principio a fin, el espectador será manipulado sin tregua, y experimentará la feroz desconfianza de Will (Logan Marshall-Green), cuyo pasado y motivaciones, serán desplegados con suma paciencia, y entregados en dosis meticulosamente proporcionadas.

En cualquier thriller que pretenda usar el suspenso como recurso primordial, hay un elemento narrativo que se vuelve indispensable y del cual depende que el relato funcione o no: el punto de vista. Y si hay algo que la directora Karyn Kusama entiende cómo usar, es el punto de vista. A través de Will, director y guionistas, deciden qué información revelar y qué información ocultar, pero lo importante es que esto sucede con total naturalidad dentro de ese universo ficcional, y no como aparatosas excusas para hacer avanzar la narración. En este sentido, la cinta se mueve con gran soltura y convicción, arrastrándonos en su doble juego de paranoia y tensión.

Otra de las cosas que la película hace realmente bien, es respetar a raja tabla el implícito pacto que, la misma cinta, obliga al espectador a aceptar en la introducción. Esto no pasa tan seguido como debería, y sucede con frecuencia que, lo que había empezado como un thriller de suspenso acaba por convertirse en un slasher film, o (en el peor de los casos), en un trillado metraje de acción. The invitation, en cambio, ha decidido desde el principio que tipo de película quiere ser, y lo respeta hasta el último minuto, en donde el desenlace demuestra la gran madurez del guion.

Desde el punto de vista visual, la elección de los planos es estéticamente interesante y ponen de manifiesto la personalidad a la que la cinta aspira, sobre todo en algunas elipsis espaciales, o ciertas transiciones que podrían haber funcionado con planos básicos, como por ejemplo cuando el grupo sube, en masa, las escaleras para pasar por primera vez al comedor. Todas las decisiones de cámara, ya sea en angulación o en tipo de plano, encajan armónicamente en la construcción de la atmosfera que la historia necesita, sin ostentar la pretensión de otras películas de estas características. Aquí todo juega, de manera exclusiva, en favor del relato. No distrae, sino que más bien complementa.

Lo mismo se puede decir del sonido, austero pero efectivo, que no requiere de exuberantes despliegues técnicos, sino, tan solo, de acompañar la ambientación que, narración y planos, ya están edificando. Y así lo hace.

El último de los factores que permite a esta película independiente funcionar como un buen ejercicio de suspenso, es la correcta interpretación de los actores. Si bien John Carroll Lynch y Michiel Huisman sobresalen, en general, todos aportan verosimilitud y se ciñen a los perfiles que representan, enriqueciendo la atmósfera y cargándola del realismo que necesita.


En definitiva, The Invitation es uno de esos raros ejemplos de película independiente con amplio dominio del lenguaje cinematográfico. Para los amantes del género, es una oportunidad interesante de disfrutar de una cinta capaz de ir a las fuentes del suspenso sin desilusionar en su conclusión; y para los que no, será una buena excusa para acercarse a una cruda demostración de éste.

Hay que verla.

True Grit [2010]

Aún cuando, a simple vista, True Grit no parece ser una clásica película de los Cohen, su inconfundible presencia se respira por todos los rincones del film. Y si bien sería difícil valorarla como una de las mejores de su obra, son justamente estos detalles característicos de los hermanos los que la elevan por encima de la media. No hay que olvidar que este film, remake del original de 1969 basado en el libro homónimo de Charles Portis, es puro cine de género y, dentro de este marco, acata todas las reglas argumentales y narrativas que un Western  clásico debe tener, incluyendo una trama más bien lineal, conducida exclusivamente por los personajes y sus travesías, en general más concretas que metafóricas. En este sentido, la película triunfa indiscutiblemente.

Uno de los detalles más notorios en todas las cintas de los Cohen, es la gran importancia que otorgan al lenguaje, y lo versátiles que son sus diálogos y voces narradoras. True Grit no es la excepción, y eso será palpable ya desde el primer plano, cuando la voz de la dulce Mattie Ross nos introduzca a un estilizado inglés del siglo XVIII que, por otra parte, sonará absolutamente auténtico. Pero el trabajo sobre el lenguaje no tendría el efecto que tiene, sino fuese por, quizás, la mejor de las virtudes de los hermanos Cohen: su magnífica capacidad de crear personajes verosímiles, multidimensionales y complejos.

En este caso, Jeff Bridges tiene la responsabilidad de ponerse en la piel de Rooster Cogburn, alguna vez interpretado por el legendario John Wayne, lo cual consigue entregando, con su particular impronta, una muy personal y disfrutable actuación. Luego, la fantástica y hasta entonces desconocida Hailee Steinfeld, personifica a la protagonista Mattie Ross con un desempeño formidable, demostrando gran soltura y solvencia, sobre todo a la hora de hacerse cargo de los muchos minutos que tiene sola en pantalla, así como de las extensas líneas de diálogo que debe entregar. Ella es, definitivamente, la gran revelación de la cinta con su carácter fuerte y obstinado, y su notable presencia en escena, capaz de ponerse, sin titubeos, a la par de dos actores de renombre como Jeff Bridges y Matt Damon. La terna principal se completa, entonces, con éste último haciendo del texano LaBoeuf quien, a mi entender, es el único con un nivel un poco más irregular que el resto, principalmente desde el lenguaje no verbal, una de las facetas que suele ser la más trabajada por los directores.

Los personajes secundarios, aun cuando tienen pocos minutos en pantalla, son vibrantes y enérgicos, tan profundos y complejos como los protagonistas. Por citar a los dos más importantes: Tom Chaney (Josh Brolin) y Lucky Ned Pepper (Barry Pepper),                que aparecen en pantalla no más de media hora y sin embargo se sienten tan reales como si hubiesen tenido el mismo tiempo de construcción que, por ejemplo, Cogburn.

Como ya es común en toda obra de los directores, la película es visualmente hermosa. El histórico Roger Deakins es, una vez más, quien se hace cargo de la cinematografía de True Grit, y eso se nota. De principio a fin el metraje está signado por la sutilidad en composición y transiciones, una iluminación precisa pero sobre todo informativa, acompañando el tono de las escenas con la atmosfera necesaria. También sobresale en el film la composición ya clásica de los Cohen, con sus planos y contra planos característicos, sus planos generales después de los medios (especialmente en interiores) y los maravillosos planos generales del desierto que todo gran Western debe, necesariamente, contener.

Sea el género que sea el que los hermanos trabajen, la comedia siempre estará presente. En este caso atraviesa las secuencias más dramáticas de la película, confiriéndole un toque climático personal, y hasta el conflicto general será resuelto de la manera, si se quiere, menos tradicional.

Todos estos son factores más que suficientes para justificar el visionado de una película que, en un término general responde más bien a un mero entretenimiento enmarcado en la forma del cine de género con la marca única de los Cohen, pero que también, en un sentido más simbólico, se puede leer como una interpretación acerca de la justicia y, como se cita en el propio metraje, de esa eterna discusión alrededor del peso de la justicia cuando un acto es reprobable en sí mismo, respecto a cuándo es reprobable solo acorde a nuestras leyes y moral.